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sábado, 20 de julio de 2013

POPAYAN PERROS BRAVOS EN PARQUES A CONTROLARLOS DUEÑOS

Perros bravos


Durante los últimos días hemos vuelto a escuchar sobre los ataques de perros a seres humanos. Perros que han sido catalogados por la ley como “potencialmente peligrosos”, pero que sus amos siguen sacando a la calle como si se tratara de unos cachorritos que no hacen nada.


No bastan los controles ni tampoco las leyes promulgadas, hace falta mucho más: que los dueños de estas razas entiendan la responsabilidad que tienen en sus manos.
El pasado 11 de julio un perro de raza pitbull atacó a una niña de siete años, a quien mordió en la cara apenas la vio. Su madre, que quiso defenderla de esta carnicería, sufrió también las consecuencias: trauma extenso en el lado izquierdo de la cara, fractura del hueso, pérdida de los tejidos de mejilla y oreja, entre otros. Y hablando particularmente de su caso, del de su familia, se trata de un grupo de personas que no tiene muchas entradas económicas para poder costear las sucesivas operaciones que ambas necesitan y que se vienen encima.
Los animales protagonistas de estos hechos son, en su mayoría, internados por tener rabia o sacrificados en caso de que las heridas a los seres humanos sean muy graves, o en caso de que su agresividad sea irreversible. ¿Tendremos que seguir informando sobre estas noticias? ¿Por qué estaremos condenados a ir una y otra vez sobre la misma conducta?
Es obvio que la reacción ciudadana, en general, es desproporcionada: los vecinos querían linchar a quien llevaba el perro pitbull que atacó a las dos mujeres. Y de manera general se escuchan voces para que estos perros sean sacrificados y exterminados. Lo triste en este escenario es que, si se cumpliera la ley de manera cívica, todos estos dolores de cabeza (y estas respuestas desesperadas) desaparecerían. No solamente atendiendo los lineamientos de la Ley 746 de 2002, que regula la tenencia de estas mascotas “potencialmente peligrosas”: tanto el registro ante la Alcaldía Local como el certificado de vacunas, pasando por el uso obligatorio de bozal y de correa. Bien conocida es la manera irresponsable en que los dueños sacan a la calle a este tipo de perros: creyendo que, porque nunca han hecho un daño, no lo harán jamás. Eso es lo que se oye en las casas, en los parques, en los sitios recreativos. “Tranquilo, no hace nada”. Claro, hasta que haga algo, por las sencilla razón de que es su naturaleza.
Pero el cambio de muchas vidas (incluida la del dueño, quien puede llegar a responder penalmente) está en algo tan sencillo como el cumplimiento de las normas. ¿Muy difícil? Parece que sí. Parece que no son suficientes los ejemplos ni las fotos ni los comparendos ni las noticias. Hace falta un cambio cultural drástico para que esto no vuelva a ocurrir. La solución, sin embargo, reside en el fuero interno de estos dueños de perros que se niegan a aceptar lo que representa una vida en comunidad.
¿O esperamos, mejor, a que la situación se vuelva insostenible y los amigos del ajusticiamiento por propia mano terminen triunfando? De seguro, esa no es la sociedad en la que queremos vivir.
Ya va siendo hora de que alcaldías distritales, municipales y locales aprieten las tuercas de los controles para este tipo de animales que no tienen la culpa de que sus dueños sean irresponsables: bien porque los entrenan para ser violentos o bien porque los dejan sueltos en ambientes que luego no pueden controlar.
La solución, como pocas veces sucede, está realmente a la vuelta de la esquina.

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